Las quitas de Guadalcázar
C. Blas López-Cheno
Quita cuatro copias a este documento José Juan, y dile a doña Valenciana que te apunte otros ocho blanquillos, mijo, ora con la quincena de tu papá le pagaremos todo de una vez.
El adolescente colgó su mochila en la pared, besó a su madre atareada con un pescado, tomó un vaso de agua, se puso una cachucha y salió al mandado sobre su bicicleta plateada.
Un profesor les enseñó de localismos: “quita esto, quita lo otro” no significa saca, da, arranca o trae, pero funciona así en la Villa de Guadalcázar. “Pueblo del gran donaire”, leía con frecuencia en una barda, y una noche le agregó: “Y de una bola de políticos rufianes”.
Eran días de campañas políticas. Un gordo cabezón arengaba a sus paisanos, prometiendo muchas obras. “Si votan por mí, voy a quitar 500 para cada uno de ustedes”.
También se encontró con el mitin del otro candidato, un flaco de pelo chino. Los dos tenían años de ocupar puestos en el gobierno, de diputados, de directores, de secretarios…
Por un acuerdo no escrito los candidatos regalan 500 pesos a los votantes. Deben de darlos para estar al parejo de sus contrincantes. Si no lo hacen quedan fuera de la competencia
Fino, quien aún no tiene 18 años, consiguió una credencial para votar, y bonito acude con los candidatos para quitar ese quinientón; mil o hasta mil quinientos se lleva.
Aunque José Juan obtuviera la credencial no le creerían porque se ve chamaco de 15 años. Solo tuvo una buena quita electoral cuando su hermano Fino se coló entre los ayudantes del gordo cabezón, de voz muy amigable, pero cuidado con él.
Político de mucho dinero, con negocios, rancho, casas, joyas y trajes regionales de seda y tul (los usa en privado), pero no quita ni para un refresco, no quiere ni pagar a los plomeros y carpinteros que arreglan sus propiedades, les hace dar una de vueltas para aburrirlos; solamente cuando es candidato quita esos 500.
Improbable para los hermanos obtener otra fuerte ganancia electoral pues el tipo se dio cuenta que le birlaron algunos miles de pesos. Los corrió ruidosamente de su banda. Fino se puso rebelde, moreno claro, alto y robusto se alzó para advertirle: “No tenemos ningún dinero, y si nos mandas a golpear lo contaremos todo”.
“Órale, pero se me van mucho a la chingada. Donde suelten algo de esto hasta ahí llegan”. Nada soltaron, es loco ese, tiene fama de mandar a hacer daño a sus enemigos. Con todo y sus miedos se quedaron con el fajo de billetes sustraído de la casa a donde el sujeto los mandó al acabársele el dinero destinado a los votantes.
Es una vieja casona de dos aguas, de ladrillos rojos, tejas y vigas, casi afuera de la población, rumbo a los terrenos de labor de la gente campesina. El cabezón les dio un juego de llaves instruyéndoles tomar una de las primeras cajas apiladas allí. Al entrar vieron centenas de cajas de plástico selladas, junto a cerros de billetes.
“¡Entonces es cierto! —exclamó Fino al ver aquél espectáculo millonario—, ¡tienen casas llenas de dinero que le quitaron al gobierno!” Enseguida jaló el fajo de mil pesos, pero la pila de billetes se desplomó.
Cerraron aprisa y salieron raudos en la bicicleta dorada de Fino. Al volver, la fila de quienes esperaban sus 500 había crecido a tres y media cuadras. El sol de la tarde ofrecía una tregua y el aceite quemado de las garnachas saturaba el ambiente.
- ¿Todo bien, chamacos?
- Todo bien, jefe.
- Hagan pasar a esa gente. Quien no traiga credencial lo sacan de la cola. No estoy acá para perder el tiempo.
Vieron como de un cabezazo el personaje rompió la caja y desgranó los billetes, 500 para uno, 500 para otra…
Ese gordo es peligroso con su cabeza por partida doble, dijo Fino: una porque se las ingenia para las tramposadas más provechosas y otra porque todo lo rompe con su cabezota, las sandías, los cocos y hasta las narices de sus adversarios que se atreven a reclamarle de cerca. ¡Zas!, se deja caer de frente sonriendo; ya no se levantan los pobres de su charco de sangre.
Aquella tarde, José Juan vio al político en acción: “Gracias tío, espero tu voto”. “Hermanito, ¿cuento contigo?, así me gusta carnal, ¡nosotros somos derechos!”. “Linda, no vino tu padre, está malito lo sé, esto es para él, lo espero mañana en la urna contigua del Mangal”. “Esto es para ti hermosa, bendiciones mi reina”.
Cuando cumpla 17 compraré la credencial, decidió José Juan de regreso a su casa con las copias y los huevos para la corvina capeada. A las tres y media llegaría el viejo con la gaseosa.
Aún escuchaba el ruido de los políticos. Clarito oyó cuando el flaco violó el acuerdo —otro señalado de poseer casas repletas de billetes—: “Yo les voy a dar no 500 sino mil del águila a cada uno de ustedes, mis queridos paisanos y paisanas”.
Buena noticia nomás para Fino, ahora quitará mil 500 o dos mil si el otro se empareja; es lo más seguro, conociéndolo.
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